Vengo contando una historia real, sin pretender ser un juglar
tan real por su verdad, tan real por la realeza.
Ocurrió en un reino vecino atípico y peculiar, sin su bosque de Sherwood , sin un Camelot y sin castillo,
fue sobre un tablero de ajedrez, tan simple como se ve, de donde he sido testigo de la derrota y destierro
de un rey.
Con sus sesenta y cuatro escaques y de piezas por bando dieciséis, guardado en la biblioteca, sin actividad se mantenía el ajedrez. Sus piezas aburridas y cansadas de esperar, se sentían entumecidas; sin embargo nunca falta la mente perversa y retorcida que el bendito ocio nos da.
Al fin consejero del rey, un hábil alfil logró convencer a su majestad de ponerse en posición, para contra
las blancas una partida iniciar.
Negro proceder, como su color el mal intencionado alfil algo traía entre manos.
Los blancos en una breve reunión, a su rey pusieron alerta y en menos que canta un gallo tomaron su posición.
Ha iniciado la batalla de estrategias, avanzadas con inteligencia, caballos, peones y alfiles a su dama y rey brindan protección.
Mientras las cuatro torres, les sirven como defensa; movimientos de un lado a otro buscando ganar terreno,
hasta quedar en la ansiada posición que llevará a cabo una meditada y descabellada traición.
Traición conspirada por dos de las piezas con la mayor discreción, bastaron tres movimientos para dejar
en franca desventaja y si protección al rey, ha sido rodeado sin posibilidad, más que su rendición,
siendo la reina contraria quien de capturarlo se encargó.
Consumada la derrota y perdida la partida, el rey de negro al destierro fuera del tablero.
La reina negra y su negro alfil lograron consumaron canalla traición, hoy en su amor se desbordan
sin temor ni preocupación, que importa lo que diga en el resto del reino si por ahí andan pregonando
que en la guerra y en el amor todo se ha de valer.
Xavier H.©
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